Todavía lloramos; y qué bueno que así sea. Las lágrimas rara vez hacen mal. Son siempre una catarsis, una liberación, una forma de decir que nadie es auto-suficiente, una confesión de franqueza que esconde la humildad de quien reconoce que tiene un conflicto. Cuando algo hiere mucho, los ojos dicen lo que la boca no consigue pronunciar.
De las cosas más bonitas que conozco, una de ellas es la sonrisa de una persona y la otra, la lágrima silenciosa de alguien que quiere empezar de nuevo.